Esta
es la historia de dos puertas que vivían, una al lado de la otra, en una gran
casa.
Aunque eran muy diferentes, pues una era una bella
puerta de salón, mientras que la otra era una vulgar puerta de baño, ambas
coincidían en que llevaban una vida de golpes y portazos, ya que la casa estaba
llena de niños traviesos y descuidados que las trataban muy mal.
Cada
noche, cuando todos dormían, las puertas hablaban de su situación. La puerta de
salón se mostraba siempre harta y a punto de explotar, mientras que la puerta
de baño la tranquilizaba diciendo:
- No
te preocupes, es normal; son niños y ya aprenderán; aguanta un poco y verás
como todo cambiará a mejor.
Y la
puerta de salón se calmaba por algún tiempo. Pero un día, tras una gran fiesta
en la casa, llena de golpes y portazos, explotó diciendo:
- ¡Ya
está bien! No aguanto más. Al próximo portazo que me den, me rompo y se van a
enterar de lo que es bueno.
La
puerta del baño intentaba tranquilizarla, pero la puerta del salón no hizo caso
de sus palabras y cuando al día siguiente recibió su primer golpe, eta se
rompió.
Aquello causó un buen revuelo y preocupación
en la casa, y los niños fueron advertidos para tener más cuidado, lo que llenó
de satisfacción a la puerta, que saboreaba su venganza.
Pero
pasados los primeros días del problema, los dueños de la casa se hartaron de la
incomodidad de tener una puerta rota y en lugar de arreglarla, decidieron
cambiarla, así que sacaron de su sitio la antigua puerta y sin ningún
miramiento la abandonaron junto a la basura.
Entonces
la bella puerta del salón se lamentó de lo que había hecho, pues por no haber
aguantado un poco más, ahora se veía esperando ser convertida en serrín,
mientras que su amiga, la vulgar puerta de baño, seguía en su sitio y además
era tratada con más cuidado.
Afortunadamente,
la puerta del salón no terminó hecha serrín, porque un hombre muy pobre la
descubrió junto a la basura y aunque rota, le pareció la mejor puerta que podía
encontrar para su pobre casa; y la puerta fue feliz de tener otra oportunidad y
volver a hacer de puerta, y de aceptar con agrado las incomodidades de un
trabajo tan duro y tan digno como es el ser una puerta.
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