Tomás
Tarambana era un muñeco de plastilina de diferentes colores que vivía en la
clase de infantil de un colegio. Aunque tenía muchas cosas buenas, había
empezado a perder un poco el respeto a los demás, y cuando su tía Ágata, una
gran bola de plastilina de colores, le regaló un tambor por su cumpleaños,
aquello fue terrible. Daba igual cuánto le pidieran todos que tocara más bajo,
o que fuera a hacerlo a otro lugar: Tomás se paseaba por toda el aula
aporreando el tambor, sin que las molestias que causaba a los demás le
importasen en absoluto. Así que el resto de juguetes del aula sufrían mucho
debido a su ruidoso tambor y empezaron a cansarse de esa situación.
Fue
Cachivache, un muñeco listísimo hecho con construcciones, a quien se le ocurrió
la gran idea, y después de mucho pensar y trabajar, inventó unos tapones
especiales para los oídos que dejaban oír los ruidos normales, pero evitaban
los más molestos.
Tomás,
al ver que los demás ya no le hacían caso, y que ni siquiera se molestaban en
criticarle, se enfadó mucho con Cachivache, y tras una gran pelea, el inventor
terminó cayendo al suelo desde lo alto de una mesa, rompiéndose en mil pedazos.
Aunque
esto fue un accidente, todos se enfadaron tanto con Tomás, que ya nadie quiso
volver a saber nada de él.
Y todo
habría quedado así si no fuera porque a los pocos días, colocaron en la clase
un precioso reloj de cuco, justo al lado de la estantería en la que dormía
Tomás. El cuco sonaba constantemente, “tic, tac, tic, tac”, y para colmo cada
hora salía a hacer “cucú, cucú”, así que Tomás no podía descansar ni un
poquito, pero los demás, con sus tapones especiales, estaban tranquilos.
Entonces
Tomás empezó a darse cuenta de lo muchísimo que había molestado a todos con su
tambor, y de la tontería que había hecho peleándose con Cachivache, que era el
único que podría ayudarle ahora. Por esa razón, decidió hacer algo para cambiar
la situación y convertirse en un muñeco bueno y respetuoso, dedicó todo el
tiempo en ir reuniendo las piezas de Cachivache para reconstruirlo después en secreto.
Le llevó muchísimos días y noches, hasta que terminó justo cuando ya casi no
podía más, de tan poco que dormía por culpa del reloj de cuco. Y cuando
Cachivache estuvo construido y volvió a tomar vida, todos se llevaron una
estupenda sorpresa y felicitaron a Tomás por su trabajo, que pidió perdón a
todos por su falta de cuidado y por no haber tenido en cuenta lo mucho que les
molestaba. Así que, aunque Cachivache estaba algo enfadado con Tomás, le
convencieron para que inventara unos tapones para él, y a partir de aquel día, Tomás
pudo por fin descansar un poco, y nunca más dejó que nadie volviera a ser tan
desconsiderado como había sido él mismo.
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