El
barrio de los artistas
Miki era un
chico alegre, optimista y simpático. Nadie recordaba haberle visto enfadado, y
daba igual lo que le dijeran, parecía incapaz de insultar a nadie. Hasta sus
maestros se admiraban de su buena disposición para todo, y era tan extraño que
incluso se corrió el rumor de que era debido a un secreto especial; y bastó que
fuera secreto para que nadie pensara en otra cosa. Tanto preguntaban al pobre
Miki, que una tarde invitó a merendar a don Manuel, su profesor favorito. Al
terminar, le animó a ver su habitación, y al abrir la puerta, el maestro quedó
como paralizado, al tiempo que una gran sonrisa se dibujaba en su rostro.
¡La enorme
pared del fondo era un único collage de miles de colores y formas que inundaba
toda la habitación! Era el decorado más bonito que había visto nunca.
-Algunos en el
cole creen que yo nunca pienso mal de nadie -comenzó a explicar Miki-, ni que
nada me molesta o que nunca quiera insultar a nadie, pero es mentira. A mí me
pasa como a todo el mundo. Y antes me enfadaba mucho más que ningún niño. Sin
embargo, hace años con ayuda de mis padres comencé un pequeño collage especial:
en él podía utilizar todo tipo de materiales y colores, siempre que con cada
pequeña pieza pudiera añadir algún mal pensamiento o acción que hubiera sabido
contener.
Era verdad. El
maestro se acercó y en cada una de las pequeñas piezas se podía leer en letras
finísimas "tonto", "bruto", "pesado",
"aburrido" y otras mil cosas negativas.
Así que
comencé a convertir todos mis malos momentos en una oportunidad de ampliar mi
collage. Ahora estoy tan entusiasmado con él, que cada vez que alguien me provoca
un enfado no dejo de alegrarme por tener una nueva pieza para mi
dibujo.
De muchas
cosas más hablaron aquel día, pero lo que el buen maestro no olvidó nunca fue
cómo un simple niño le había mostrado que el secreto de un carácter alegre y
optimista está en convertir los malos momentos en una oportunidad de sonreír.
Sin decírselo a nadie, aquel mismo día comenzó su propio collage, y tanto
recomendó aquel secreto a sus alumnos, que años después llamaron a aquel barrio
de la ciudad, "El barrio de los artistas" porque cada casa contenía
las magníficas obras de arte de aquellos niños optimistas.
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