Había
una vez tres buenos amigos, un pingüino, un reno y un zorro que vivían en el
polo norte. Un día el pingüino y el reno encontraron un árbol cargado de fruta
y decidieron guardarlo en secreto, pero por el camino se encontraron con su
amigo el zorro que, al verlos tan felices, les preguntó cuál era la causa de
aquella felicidad. Al principio, los dos amigos se resistieron a contárselo ya
que era un secreto, pero ante la insistencia del zorro accedieron a decírselo.
Al día
siguiente, el pingüino y el reno se dispusieron a buscar la fruta y se
encontraron con que había desaparecido. Fueron a hablar con su amigo el zorro y
éste les dijo que había olvidado su promesa por completo y se lo había dicho a
otros animales conocidos suyos, pero que confiaran en él que no volvería a
pasar.
A los
pocos días, el pingüino y el reno encontraron un huerto con muchas hortalizas,
y volvieron a confiar en su amigo el zorro, pero este les volvió a fallar.
Enfadados
por sus traiciones, deciden darle una lección: así que le cuentan que han encontrado
un lago lleno de peces, fáciles de coger, y que como son amigos el secreto
queda entre ellos, no se lo pueden decir a nadie más.
A los
pocos días ven al zorro lleno de golpes y moratones porque al contarle a todo
el mundo lo de los peces, habían ido hasta allí, incluso osos polares y al no
encontrar nada de lo que él había dicho, se sintieron engañados y le dieron un
escarmiento.
Alguna
otra trampa, más, le pusieron sus amigos, pero como ya no era un bocazas y
aprendió a guardar los secretos, volvieron a confiar en él y lo perdonaron para
siempre.
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