Desde
que era muy niño, Mateo dedicó todas sus energías a encontrar el Saco Mascota,
la cosa más ingeniosa que había creado el mago Cachuflo.
Nadie
sabía qué tenía dentro para hacerlo tan especial, pero según decían, era capaz
de hacer todo lo que su amo le ordenara.
Mateo, ya mayor y convertido en un poderoso
caballero, fue implacable en su búsqueda, superando todo aquello que se
interponía en su camino, y cuando por fin, encontró el saco se sintió el hombre
más feliz del mundo.
Pero
resultó que el saco estaba lejos de ser una buena mascota, gruñía cada vez que
le pedían hacer algo, incluso a veces mordía y eso que el caballero le
amenazaba con sus armas.
El
saco Mascota era muy testarudo y si algo se le metía en la cabeza no había
forma de sacárselo, y además no dejaba de morder, por más golpes que le daba su
dueño para que no lo hiciera.
Decepcionado,
tras meses de aguantar tan insufrible mascota, decidió venderla en el
mercadillo, pero era tan molesta e insolente, que nadie se acercaba a preguntar
por su precio.
Pero entonces,
pasó por allí, Diana, una anciana ciega, conocida de todos en aquella
ciudad por su amabilidad y optimismo.
-Yo me
quedaré con tu mascota, aunque no tengo dinero para pagarte. Le dijo la señora.
Mateo
se sintió aliviado al deshacerse del molesto saco, pero en ese mismo instante,
vio cómo el saco hacía todo tipo de juegos y cariñosas piruetas con la anciana.
Lleno
de envidia, lo arrancó de las manos de la señora, pero nuevamente el saco se
tornó agresivo e insufrible. Entonces, rojo de ira, lo arrojó al suelo, tomó su
espada y lo rajó de arriba abajo.
Y al
hacerlo, quedó asombrado. Por el roto comenzaron a salir cientos de pequeños
Mateos, todos furiosos y gritones, que lanzaron toda su furia contra el
caballero. Y posiblemente hubieran acabado con él, si no fuera porque Diana se
agachó a recoger el saco, y al hacerlo, todos los Mateos se transformaron en
amables Dianas que volvieron al saco, cerraron la abertura, y comenzaron a
jugar con su nueva dueña…
Así
comprendió Mateo que aquel saco no era más que el reflejo de su dueño.
A
partir de entonces, se propuso cambiar y con el mismo empeño con el que
persiguió el saco, intentó ser mejor persona.
Y lo consiguió, de tal forma que, cuando la
adorable Diana, poco antes de morir, le dejó el saco, ambos realizaron juntos
tantas proezas y tan maravillosas, que darían para escribir cien libros.
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