El Día del Silencio

                                                                                        
Pablo era un niño como otro cualquiera, pero diferente, porque no podía oír, había nacido sordo. Era muy conocido en el colegio, y todos le trataban con mucho cariño, pero no le tenían en cuenta para muchas cosas. Sus compañeros pensaban que podría hacerse daño o que no reaccionaría rápido durante un partido si no podía oír la pelota y no le invitaban a jugar, e incluso a veces, actuaban como si no fuera capaz de entenderles y le hablaban como a un bebé.
A Pablo no le gustaba mucho esto y mucho menos aún a su señorita, que veía como, durante el curso, tenía que aguantar bastantes miradas de lástima y sonrisas compasivas.
Así que, un día decidió que aquello tenía que cambiar y les propuso a sus alumnos dedicar un día a quienes no podían oír.
La idea fue muy bien recibida y a todos le pareció genial porque querían mucho a Pablo.
De esta forma se proclamó “el Día del Silencio”, que así lo llamaron, y durante esa mañana todos llevaron unos tapones en los oídos para no poder oír nada.
La jornada estuvo entretenida, pero según fueron pasando las horas, todos comenzaron a ser conscientes de las dificultades que tenía el no poder oír. Pero eso no fue nada comparado con el gran descubrimiento del día: ¡Pablo era un fenómeno! Como resultaba que ya nadie se fijaba en su sordera, aquel día Pablo pudo jugar a todo como cualquier niño, y resultó que era buenísimo en casi todo. Y no sólo eso; Pablo tenía una mente clara y ágil y se expresaba por gestos mejor que nadie. Y todos quedaron sorprendidos de su inteligencia y creatividad, y su facilidad para solucionar cualquier problema. Y se dieron cuenta de que siempre había sido así, y que lo único que necesitaba Pablo era un poco más de tiempo para comunicarse con los demás.
Así que aquel “Día del Silencio” fue el del gran descubrimiento de que había que dar a todos, la oportunidad de demostrar su valía.

Y para que otros aprendieran la misma lección, desde aquel día, cada vez que alguien visitaba la clase le recibían con gran alegría, poniéndole un gran gorro con el que no se podía oír nada.

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