- Quiero que penséis qué podríais hacer vosotros
para conseguir que vuestros familiares, amigos y conocidos se sientan felices y
para ello os nombro “recaudadores de alegría”. – les dijo.
Algunos
días después, los alumnos expusieron sus ideas, todas eran realmente
encantadoras, pero fue Sonia, una niña pelirroja, la que los dejó a todos con
la boca abierta.
Apareció con un gran saco.
- Aquí
traigo toda la alegría que he recaudado en estos días –dijo sonriente.
Todos
estaban atónitos, pero la niña no quiso mostrar el contenido del saco. En vez
de eso, sacó una pequeña caja y se la entregó a la maestra.
-Ábrala,
señorita Elisa. - Le dijo.
La
profesora abrió la caja despacito y miró en su interior, y una gran sonrisa se
dibujó en su rostro. En ese momento, Carla sacó su cámara de fotos instantánea
y le hizo una fotografía. Luego le entregó un papel.
La
maestra leyó el papel en silencio, y cuando terminó de leerlo, Sonia le enseñó
la fotografía que le había hecho.
- Así
que es eso …- dijo la maestra, señalando el saco con un gesto de sorpresa.
- ¡Sí!
– interrumpió la niña, deshaciendo el nudo que cerraba el saco - ¡un gran
montón de sonrisas!
Y del
saco cayeron cientos de fotos, todas ellas de variadas y bellas sonrisas.
Así
Sonia explicó al resto de la clase cómo se le había ocurrido iniciar una cadena
para recaudar alegría: en la caja sólo había una foto con una gran sonrisa, y todos,
al abrirla y verla, sentían el sentimiento que transmitía y respondían a su vez
con una sonrisa, casi sin querer. De esa forma Sonia les sacaba una foto con su
cara feliz, y les entregaba un papelito donde les pedía que hicieran lo mismo
con otras personas, y le enviaran una copia de las fotografías a la dirección
de su casa.
Y
durante aquellos días y meses, el buzón de Carla no dejó de llenarse de las
fotos de las sonrisas de otras gentes.
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