Tierra Trágame

                                                              

Había una vez un niño muy tímido que se llamaba Álvaro. Álvaro era un muchacho muy bueno y simpático, pero también era el chico más vergonzoso y con más miedo al ridículo de todo su colegio; bastaba con que ocurriera cualquier pequeña contrariedad para que se pusiera rojo como un tomate.
Todos los viernes, Álvaro y sus compañeros de segundo curso ensayaban una obra de teatro para representarla. Esa semana tocaba “Los tres cerditos” y él era uno de ellos.
Como ya llevaban preparando la función mucho tiempo y les salía tan bien, ese día se pusieron las caretas y disfraces para el ensayo, pero tocó el timbre y todos salieron de la clase con prisas para irse al patio.
Estando en el recreo, Dora, la chavala más dulce, guapa y lista de la clase, estaba triste; se le había caído su merienda en el único charco de la pista de fútbol. Álvaro que desde lo lejos vio lo que había ocurrido, no se lo pensó dos veces y acercándose a ella, le dijo.:
- Yo no tengo hambre. ¿Quieres mi bocadillo de chorizo?
Y justo cuando estaba acabando la frase, se dio cuenta de que aún tenía puesto el disfraz de cerdito, estaba tan cómodo con él que olvidó quitárselo.
Dora se le quedó mirando muy asombrada y a su alrededor comenzaron las carcajadas. El pobre Álvaro se quedó inmóvil, incapaz de reaccionar, sólo pensó: ¡Tierra trágame!
Y en ese mismo instante ocurrió algo increíble, Álvaro desapareció del patio del colegio, apareciendo en otro lugar.
 ¡Pero qué sitio era ese! ¡Estaba bajo la tierra y allí estaban todos los que alguna vez habían deseado que les tragara la tierra!
 Y no era raro, porque casi todos tenían un aspecto verdaderamente ridículo y divertido. Allí estaba al atleta que empezó a correr en dirección contraria y creyó haber ganado por mucho, la señorita calva que perdió la peluca en un estornudo, también la novia que se pisó el vestido y acabó rodando como una albóndiga.
Álvaro que era muy listo, pronto descubrió que la única forma de escapar de aquel lugar era a través de la risa. Pero no de una risa cualquiera, tenía que aprender a reírse de sí mismo. Y eso era difícil, porque algunos llevaban años allí encerrados, negándose a encontrar divertidos sus momentos de mayor ridículo. Pero cuando se vio a sí mismo con la careta de cerdo, hablando de chorizo con Dora, no pudo parar de reírse de la situación.
Al momento volvió a estar en el patio del colegio, delante de Dora, justo donde había dejado su frase. Esta vez, lejos de ponerse colorado sin saber qué decir, sonrió, se quitó la careta y meneando su traserito de cerdo dijo.
- ¡Venga tómalo, que no ha salido de mis jamones!
Dora y todos los demás encontraron divertidísima la broma, y desde aquel día, Álvaro supo encontrar en aquellos momentos de tanta vergüenza una forma de hacer reír a los demás y darles un poco de alegría. Y a partir de entonces se convirtió en uno de los chicos más divertidos el colegio, capaz de reírse y hacer chistes de cualquier cosa que le ocurriera.


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