Gustavo
Gruñetas era un niño que nunca estaba contento con nada. Tenía muchos amigos que le querían con locura, pero él
sólo se fijaba en lo que no tenía o lo que estaba mal.
Si le regalaban un
coche, él siempre le ponía pegas, decía que era demasiado grande o pequeño, que
era demasiado lento.
Si visitaba el zoo, volvía triste porque no le habían
dejado dar de comer a los leones, y si jugaba al fútbol con sus amigos,
protestaba porque eran muchos para un solo balón …
Pero un día la nube Jocosilla que pasaba por allí
cerca, escuchó las protestas de Gustavo, y quiso gastarle su broma favorita para niños gruñones. Se puso sobre su cabeza y comenzó a descargar una espesa lluvia negra.
A
Gustavo aquello no le gustó nada, y protestó aún mucho más. Y se enfadó incluso
más cuando vio que daba igual a dónde fuera, porque la nube y su lluvia negra
le perseguían. Y así estuvo casi una semana, sin poder escapar de la nube, y
cada vez más enfadado.
Gustavo
tenía una amiguita, una niña alegre y bondadosa llamada Alegrita, que fue la
única que quiso acompañarle aquellos días, porque los demás se apartaban por
miedo a mojarse y acabar totalmente negros. Y un día que Gustavo estaba ya
cansado de la nube, le dijo:
- ¿Por
qué no te animas? Deberías darte cuenta de que eres el único niño que tiene una
nube para él, ¡y encima llueve agua negra! Podríamos jugar a hacer cosas
divertidas con la nube, ¿no te parece?
Como
Alegrita era su única compañía, y no quería que se fuera, Gustavo aceptó de muy
mala gana. Alegrita le llevó hasta la piscina, y allí le dejó hasta que toda el
agua se volvió negra. Entonces fueron a buscar otros niños, y aprovechando que
con el agua negra no se veía nada, estuvieron jugando al escondite. Aún a regañadientes,
Gustavo tuvo que reconocer que había sido muy divertido, pero más divertido aún
fue jugar a mojar gatos: Gustavo corría junto a ellos, y en cuanto sentían el
agua, daban unos saltos increíbles y huían de allí a todo correr haciendo
gestos divertidísimos. En muy poco tiempo, todos los niños del pueblo estaban
con Gustavo proponiendo e inventando nuevos juegos para la nube. Y por primera
vez, Gustavo empezó a ver el lado bueno de las cosas, incluso de las que al
principio parecían del todo malas.
Entonces
la nube Jocosilla pensó en despedirse e ir con otros niños, pero antes de
abandonar a Gustavo, le regaló dos días enteros de lluvias de colores, con las
que inventaron los juegos más brillantes y divertidos. Y cuando desapareció,
Gustavo ya no protestó; esta vez sabía fijarse en las cosas buenas, y se alegó
mucho porque por fin estaba seco y podía volver a jugar a muchas cosas.
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