Había
una vez un niño llamado Pablo que vivía muy feliz en su pueblo. Pablo era un
chico que siempre estaba contento. Él decía que lo que le hacía feliz no era
tener muchos juguetes o dinero sino hacer cosas por los habitantes de su
localidad, y que eso le daba una sensación genial en su interior. Pero
realmente nadie le creía, y pensaban que estaba un poco loco.
Pablo
dedicaba todo el día a los demás: a dar limosna y ayudar a los pobres, a cuidar
de los animales, y raras veces hacía nada para sí mismo.
Un día
conoció a un famoso médico al que extrañó tanto su caso, que decidió
investigarlo, y con un complejo sistema de tubos y cámaras, pudo grabar su
interior. Lo que descubrió fue sorprendente: cada vez que hacía algo bueno, un
millar de angelitos diminutos aparecían para hacerle cosquillas justo en el
corazón.
Aquello
explicó la felicidad del niño, pero el médico siguió estudiando hasta descubrir
que todos tenemos ese millar de angelitos en nuestro interior pero que como
hacemos tan pocas cosas buenas, andan todos aburridos haciendo el vago.
Y así se
descubrió en qué consiste la felicidad, y gracias a ese niño todos sabemos qué
hay que hacer para llegar a sentir cosquillitas en nuestro corazón.
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