Augustito Calentito
-
Venga, hombre, te harás un tipo más duro. ¡Que te estás convirtiendo en un
blandito! - le decía.
Y
el pobre Augustito se daba la vuelta, se envolvía en su manta calentita y se
ponía a leer, pensando cómo podía haber todavía gente tan bruta.
Pero
la desgracia quiso que una noche cayera tal nevada en la ciudad, que la
ratonera de nuestros amigos quedó completamente sepultada y aislada por una
montaña de nieve. Trataron de salir, pero el frío era intenso y no creyeron
poder cavar un túnel con tanta nieve, así que decidieron esperar. Pasaron los
días, seguían rodeados de nieve, y ya no tenían comida. Duretas aguantaba
bastante bien, pero el bueno de Augustito, privado de sus baños, su comida y su
abrigo, estaba a punto de perder el control. Era un tipo culto, que había estudiado
mucho, y sabía que no aguantarían más de 3 días sin comida, los mismos que
habían calculado que necesitaban para cavar el túnel a través de la nieve, así
que no les quedaba otro remedio que lanzarse a cavar.
Pero
en cuanto tocó la fría nieve, Augustito dio media vuelta. No podía con aquel
frío, ¡ni con tanta hambre y ni siquiera sabiendo que estaba a punto de morir!
Duretas, sin embargo, lo aguantaba bastante bien, y comenzó a cavar, al tiempo
que animaba a su compañero a hacer lo mismo. Pero Augustito estaba paralizado,
no podía aguantar tan terribles condiciones, y ni siquiera podía pensar con
claridad. Y entonces vio a Duretas, "aquel bruto", y comprendió que
era mucho más sabio de lo que parecía, pues en lugar de hacer como él, se había
acostumbrado a hacer las cosas porque quería, y no sólo las más apetecibles de
cada momento. Y podía mandar cavar a sus patitas sin importar que estuvieran
moradas por el frío, algo imposible para él mismo, por mucho que lo desease. Y
con esos pensamientos, y una lágrima de impotencia, se echó sobre el calentito
montón de plumas que le servía de cama, dispuesto a dejarse morir.
Cuando abrió los ojos, creyó
estar en el cielo, pues la cara de un angelito le estaba sonriendo. Pero con gran alegría comprobó que
sólo era la enfermera, quien le contó que llevaban días curándole, desde que un
valiente había llegado allí con las cuatro patas congeladas, y les había
indicado cómo encontrarle antes de caer sin fuerzas. Cuando Augustito corrió a
agradecer a Duretas su ayuda, le encontró en pie, muy recuperado. Había perdido
varios dedos y una oreja, pero se le veía alegre. Augustito se sentía muy
culpable, pues él estaba entero, pero el duro de Duretas le respondió:
-
No te preocupes, si no fuera por esos dedos y esa oreja, yo tampoco estaría aquí.
¡No han podido tener mejor uso!
Por
supuesto, siguieron siendo grandes amigos, pero Augustito ya nunca pensó en
Duretas como un bruto, y junto a él, se propuso recuperar el control de su
calentito y caprichoso cuerpecito, renunciando cada día a una de esas
innecesarias comodidades de la vida moderna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario